martes, 9 de noviembre de 2010

El cuadro de la semana

Mujer con un perro blanco (1952)












Lucien Freud (Berlín, 1922) ha tenido y tiene debilidad por retratar la figura humana con un realismo, que incluso, a veces, nos intimida. En el caso de este maravilloso cuadro, sin embargo, el pintor permanece dentro de los límites de sutileza que perderá progresivamente y que, sin duda, harán de él una de sus características más reconocibles.

La mujer sin nombre se siente un tanto incómoda por habernos introducido en su espacio íntimo de una manera tan directa. Su pecho, casi sacado con esfuerzo y poca voluntad queda sostenido levemente por su brazo que, curiosamente cubre el otro pecho, ya cubierto por el albornoz. Ella intenta sonreír con la gracia que sonreiría alguien con una pistola apuntando por su espalda. El perro, apoyando su cabeza en la pierna de la mujer aporta el contrapunto de naturalidad, efectivamente, para él, el posar no entiende de pudor. Su mirada perdida se cruza con los ojos atentos de la mujer, la cual nos observa e incluso, nos analiza también. Juego de confrontación. ¿Qué pensará de mí? 

Tonalidades frías y oscuras, mil tonos grisáceos, siempre cuadros nublados como buen británico...la leve luz que proviene de la ventana se hace presente en su cara y en su albornoz, que pone la nota de brillo. No se decanta en esta obra, por contraluces profundos, por el contrario, mantiene una coherencia luminosa en todo el lienzo. De la misma manera, las pinceladas van con una carga ligera de pintura, lo que le concede una superficie sin baches, todavía sin empasto. Textura suave y homogénea.

"Pinto gente, no por lo que quisieran ser, sino por lo que son"
                                                                    Lucien Freud



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